lunes, 4 de mayo de 2009

El peso de la lectura

Si hay unas personas a las que admiro a diario, son aquellas que van leyendo en el metro o el autobús. Y especialmente a las que, con toda atención, van desgranando las palabras en libros de gran tamaño o volumen. Leer periódicos o libros de bolsillo tiene menos mérito. Esto último es broma.

Pero de verdad, mira que es complicado leer estos libros en entornos como los vagones de metro, que están en continuo movimiento y en muchas ocasiones, llenos de gente. No es fácil aguantar en las manos un libro que puede pesar hasta un kilogramo (como un brik de leche) y al mismo tiempo, leer y seguir el hilo de la historia, e ir pasando páginas. Si el lector logra sentarse, es más fácil. Si está de pié, pero apoyado a una de las paredes, la situación se complica pero aún así hay margen al poder disponer del tabique para mantener el equilibrio. Pero, leer en el centro del vagón es harina de otro costal. Y también hay grados diferentes de dificultad. Ir agarrado a una barra que va del suelo al techo todavía permite algún respiro, pero ir leyendo un libro que se lleva en una mano y estar agarrado a una barra situada por encima de las cabezas es una misión casi imposible sólo accesible para lectores circenses. Sin duda, mantener esa posición es un homenaje a la lectura.

Acabo de empezar a leer el libro “Los hombres que no amaban a las mujeres”, una obra de moda. Pero, admito que soy un cobarde, no me he atrevido a salir con este libro fuera de casa. Es más, reconozco que sólo he leído sus páginas encima de la cama. Pesa demasiado.

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