En España, el precio de la luz ha subido mucho en los últimos tiempos. Los incrementos semestrales de las tarifas provocan una y otra vez grandes agujeros en los bolsillos de los usuarios. En este contexto, está claro que hay que procurar ahorrar y ser cuidadosos con el consumo.
El problema surge cuando el cliente tiene en casa un usuario de un año y medio. Sí, es una usuario porque ya ha aprendido a apagar y encender la luz. Y son buenos clientes para las eléctricas, porque en muchos casos, conozco uno muy cercano, les encanta apagar y encender; martilleando una y otra vez los sufridos interruptores.
No hay que engañarse, aunque se intente convencer a estos jóvenes usuarios de que paren en sus actuaciones, para ellos es un placer apagar y encender. Es imposible, a menos que el cliente responsable del pago final esté dispuesto a enfrentarse a una bronca de considerables dimensiones con lloros y lágrimas incluidas. Me atrevería a decir que, por momentos, el apagar y encender la luz es un vicio, una droga... Además, practican con todos los interruptores que van descubriendo y que van teniendo a su alcance. Y no sólo practican con los interruptores de la luz, sino que también entrenan en el encendido y apagado de cocinas y hornos, además, por supuesto de los televisores.
En estas condiciones, parece claro que estos bebés de gran tamaño, maniobrabilidad, y radio de alcance son unos buenos clientes para las eléctricas.
Pero, no solo de las eléctricas, también de las empresas de aguas. Con qué placer estos simpáticos nenes abren y cierran los grifos, especialmente los bidés, que están a su altura perfecta. En fin, todo sea por el Canal de Isabel II, que nos suministra el agua a todos los madrileños.
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