domingo, 11 de septiembre de 2011

Diez años del 11-S, el día más triste


Han pasado diez años desde los terribles atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington. Sí, una década de un día muy triste. De los más tristes. Para muchas personas, de los más tristes de su vida. Entre ellos, por ejemplo, José Luis de San Pío, a quien he tratado en alguna ocasión hace tiempo, y que perdió a su hija. Muchos miles de personas, qué duro es decirlo, miles de personas, perdieron a sus familiares y amigos.

Y el impacto fue dramático, porque todos pudimos ver en directo por televisión los atentados, y como morían miles de personas. En España, tan lejos en distancia, al otro lado del océano, pudimos ver como los aviones impactaban contra las torres, las terribles explosiones, como las personas se tiraban desde una altura terriblemente mortal y, finalmente, como se derrumbaban las torres consagrando la ceremonia de la muerte.

En mi caso, tengo que reconocer que los atentados tuvieron una proximidad personal con una tonalidad de nerviosismo, incertidumbre y preocupación. Aquel día, mi entonces novia estaba en EE UU. No en Nueva York, a dónde fue unos días después por tener programada la estancia, sino en San Francisco. Ahora se ve como una ciudad lejana del lugar de los terribles sucesos, pero tras los atentados, recuerdo muy bien como se extendió la psicosis de nuevos atentados en otras ciudades estadounidenses. El ataque al Pentágono y el avión que cayó en Pensilvania disparó los rumores sobre nuevos derribos de aviones o ataques suicidas. Internet, que ya por entonces tenía mucha fuerza, ayudó a extender esas especulaciones. No obstante, el correo electrónico ayudó a saber cómo estaban los seres queridos en unos momentos en los que la red telefónica se colapsó. Algo es algo.

No hubo más atentados ese día, ni después, pero eso lo sabemos ahora. Recuerdo muy bien cómo, en los días siguientes, EE UU bloqueó todo el espacio aéreo por miedo a que se repitieran ataques similares. No fueron muchos días, pero pareció una eternidad (siendo justos, la eternidad de la tristeza se ha extendido para quienes perdieron a un familiar para siempre. Por suerte, no fue mi caso). En este caso, contó con el respaldo de una amiga, residente en San Francisco, quien, en compañía de su familia ayudó a mi chica a pasar esos duros días con la sensación de estar con la compañía de una familia.

Como he dicho, mi chica estuvo días después en Nueva York. Tengo que decir, que había volado a San Francisco desde Dublín con escala en la ciudad de los rascacielos en compañía de unas amigas. Desde el avión habían podido ver las Torres Gemelas, pensando entonces “en unos días estaremos allí y subiremos”. Efectivamente, estuvieron en Nueva York días después. Y más por obligación que por devoción, porque no pudieron volver a casa antes puesto que no había billetes de avión. Me ha hablado muchas veces de esa estancia, y si hay algo que me ha dejado grabado para siempre es que, según me ha dicho, en la zona cero había un terrible ambiente de muerte y tristeza.

1 comentario:

  1. como tu dices: fue mas dramatico porque lo vimos por television. Que otras cosas pasaran en otras partes del mundo que no salen en television.

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