viernes, 7 de agosto de 2009

La solución, afeitarse

No hay duda de que nos hacemos mayores. Este verano, durante las vacaciones, he apreciado algunos detalles que me dan a entender que ya no estamos para muchos trotes. Y pongo ejemplos.

Siempre me ha encantado bucear, tanto en la piscina como en el mar. Horas y horas. Este verano, para no perder la costumbre, he vuelto a bucear muchas horas pero, vaya, he sufrido algunos tragos de agua que antes no eran muy comunes. Incluso había veces que no sabía si el agua entraba por la boca, por la nariz, los oídos... Y tanto el agua del mar como el de la piscina tienen un sabor no muy delicioso.

También me ha gustado siempre jugar a las cartas. Especialmente al mus. He pasado horas y horas sentado en la hierba de la piscina con las piernas cruzadas. Algo así como se sientan los árabes. Ahora, en cuanto estoy un ratito sentado en esa postura y quiero levantarme, me cuesta horrores. No hay manera de enderezar las rodillas.

Antes caminaba por el campo y la montaña a gran velocidad. Ayer, sin ir más lejos, mi corazón no dejaba de agitarse “pum, pum, pum” cuando caminaba por Rascafría… mientras mi ritmo de zancadas bajaba progresivamenteeeeeee.

Cuando era más joven no me dolía la cabeza. Ahora, día sí, día no, me duele.

Y por si fuera poco ahora me sale una barba blanca cuando estoy una semana de vacaciones. Ayer me sentí sobrecogido cuando un amigo destacó este aspecto en mi rostro, casi al mismo tiempo que un grupo de bellas chicas jóvenes pasaban a nuestro lado. "Se van a creer que eres abuelo", dijo mi amigo. Lo bueno es que esto tenía solución. Esta mañana, me he dado una afeitada tan profunda e intensa que mi cara está ahora tan lisa y fina como el culo de un bebé. Vuelvo a ser joven.

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