viernes, 16 de octubre de 2009

Estoy arrastráo

El pasado fin de semana sufrí un esguince en mi tobillo derecho. Fue leve. Según la doctora, de grado 1; una manera de establecer la gravedad muy seguida en la prensa deportiva. En este contexto, he tenido que llevar una venda dura que sirve para mantener fija la articulación toda la semana (cuando redacto estas líneas todavía se mantiene rodeando mi maltrecho tobillo).

Pero como cambian los tiempos. Recuerdo los esguinces que sufrí cuando era joven, más joven. Tanto en el tobillo derecho como en el izquierdo. Y no era para tanto a pesar de que, en alguno de ellos, tuve que llevar una escayola durante al menos un par de semanas. Es más, era casi hasta divertido. Te hacías un esguince y, con muletas y todo, ibas a la facultad, salías por la noche, incluso se ligaba algo (por encima de la media) al mostrar las habilidades nocturnas con un solo pié. Todo el mundo te preguntaba, “¿qué te ha pasado?”, y respondía con claridad, “jugando al fútbol”, “o al baloncesto”, "o escalando una montaña".

Ahora es todo distinto. Te haces un esguince y te quedas ¡arrastráo! Qué incomodidad y ¡qué picores! No exagero. La noche pasada estuve a punto de quitarme la venda para rascarme. Y si alguien te pregunta “¿qué te ha pasado”, hay que responder con sinceridad y lamento, “pues mira, bajando unas escaleras, habían movido una tapa del alcantarillado y...”. Nadie se va a creer que me he hecho el esquince en un safari en la jungla o en la sabana. No tiene ninguna emoción y además duele y molesta.

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