Que hay gente que se cuela en el metro es algo indudable. La imagen que tenemos la mayoría es la de los típicos macarras que pasan por encima de los tornos, que saltan las vallas o que aprovechan el momento en que alguien va a salir para colarse antes de que se cierren las barras metálicas en los puntos de salida. Seguro que hay fórmulas más originales.
Esta mañana estaba saliendo del metro en la estación de Goya con mi bebé (que iba en su sillita) por uno de los puntos de salida más anchos con barreras electrónicas cuando una de estas personas se ha colado antes de que los cierres bloqueasen el paso. Eso sí, debo decir que no era ningún macarra. Más bien era una chica muy mona, perfectamente arreglada, tanto en términos de vestido como de peinado y maquillado, que iba hablando con su móvil (un smartphone).
Si me preguntasen cuál podría ser su profesión, respondería que era una modelo. Era muy alta y muy delgada. Si sería flaca, que se ha colado con los cierres casi en su sitio y cuando apenas había espacio. Asimismo, por la velocidad y destreza con que ha entrado, me atrevería a decir que esta bella señorita no es la primera vez que se cuela en el metro sin pagar.
Es una más. Cada año se publican las estadísticas oficiales en las que se dice que miles de personas se cuelan en el metro (al parecer, en el metro de Madrid más de 20.000 personas entran sin pagar). Y lo que parece claro es que, para llegar a estas cifras, los macarras no son suficientes, necesitan apoyos. Pobres macarras, siempre culpables aunque no lo sean.
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