jueves, 3 de diciembre de 2009

“Preparados para el despegue, ¡Bravo!”

Mi salida de Finlandia ha sido un tanto accidentada. En la misma línea que mi llegada. Llegué al aeropuerto con bastante tiempo de antelación. Una vez allí, procedí a sacar mi tarjeta de embarque en una de las máquinas expendedoras para mi vuelo con la compañía Finnair (la “Iberia” de Finlandia). Como iba bastante cargado, decidí facturar mi maleta. Es un poco pesado, sobre todo a la llegada del vuelo porque hay que esperar a que salga, pero contribuye a hacer más cómodo el vuelo, sin duda alguna.

Sin embargo, cuando llegué a los puestos de facturación, la amable señorita que me atendió (verdaderamente amable), me recomendó que si podía que no facturara. “Si puede lleve la maleta en la cabina porque no le aseguramos que llegue a Madrid hoy. Hay un 50% de posibilidades de que no llegue”. Clarísimo.

Con algunas dudas de que en el control de seguridad me dejaran pasar con todos los bultos o bien que me obligaran a dejar alguno de los elementos de aseo, me decidí a acometer este complicado momento. Y lo superé. Sólo tuve que sacar la colonia, la pasta de dientes, el desodorante... el portátil, quitarme el cinturón, dejar la bufanda en una bandeja... no sé de qué me extraño, es lo habitual. Tampoco debería quejarme porque, al fin y al cabo, no me han obligado a quitarme las botas como me ha sucedido en otras ocasiones. La verdad es que caminar descalzo por el suelo en Finlandia podría ser causa de catarro, trancazo, gripe A... cualquiera sabe porque con el frío que hace todo puede ser posible.

En cualquier caso, salí triunfante. Pero la aventura no había quedado ahí. Parecía que el vuelo iba a salir a la hora, las azafatas estaban preparadas pero, los minutos para subir al avión fueron pasando ante la impaciencia de muchos. Es algo también muy habitual. Al final, subimos al avión. Lo logramos. La gente fue entrando, colocando maletas, acomodándose, hablaban unos con otros, las azafatas venían, se iban, se llenaron todos los asientos, pero allí nadie se movía, y los minutos pasaban, y me quedé dormido un rato, y me desperté, y me volví a quedar dormido, y me volví a despertar, y allí nadie se había movido, algunos se habían levantado, y habían cogido jerseys o libros o periódicos, o pasatiempos (como yo, que me hice un encadenado temático con los premios Nobel de literatura en castellano), y nada sucedía, y había pasado ya una hora, y un rato más, y yo miraba el reloj, y no me lo podía creer, hasta que, una voz surgió de los altavoces (seguramente del comandante) y dijo, estamos preparados para despegar y yo grité ¡bravo!

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