sábado, 7 de marzo de 2009

El hámster, hipotecado

Creo que ya he terminado de pagar el préstamo del coche. Creo, porque nunca se sabe con las financieras. A veces surgen sorpresas con la letra pequeña y, cuotas por allí, pagas por allá... En cualquier caso, ya es mío entero. En función de las cuotas pendientes que me quedaban por pagar, creo las últimas partes del coche que han pasado a ser de mi propiedad han sido el limpiaparabrisas o las luces delanteras. Aunque en este último caso, si se me fundía una de las luces sin que yo me diera cuenta y me paraba la policía, tenía la excusa de culpar a la financiera. “El foco no es mío, es suyo”, pero ahora no podré escaquearme. Antes, si tenía un roce de chapa, podía incluso hasta mofarme. “Ahh, es su parte, que mala suerte”, y seguir conduciendo tan contento con la abolladura.

Una vez concluido el embrollo del coche, el paso siguiente será el piso. Aquí es más difícil porque me quedan muchos años. Como a la mayoría de los plebeyos. Haciendo cálculos, con los años que llevamos pagando, diría que ya somos dueños de algo más de la cuarta parte de la casa. A lo mejor un poquito menos porque con los intereses, ya se sabe.

Ahora la discusión se centra en saber qué parte de la casa es ya nuestra y cuál es del banco, en este caso de la caja de ahorros. Si me preguntan, diré que nuestra habitación ya está pagada. Es nuestra. Qué situación, imaginad que fuera del banco, sería como dormir en una sucursal. El problema es llegar a ella por el pasillo. Si el banco endurece su postura, tendré que pedir permiso al director de nuestra sucursal. “Disculpe, ¿puedo pasar a mi habitación?”. Supongo que no pondrá muchas pegas, al fin y al cabo el permiso es sólo para dormir.

La incógnita siguiente que deberé resolver pasará por saber qué otra parte de la casa es ya nuestra. Estoy entre la cocina o el baño. Me quedo con este último, aunque diría que también nos corresponde un pedazo de la cocina. Aquí dudo entre los fogones de la vitrocerámica, la pila del agua o la nevera. No lo tengo claro, esperaré a ver qué elige el banco. Eso sí, en unas cuantas pagas más, me quedo con la cocina. Apetece cocinar, no voy a estar todos los días comiendo bocadillos de tortilla y panceta en el bar.

El salón, de momento, es suyo, con el sofá y la televisión. Así que, si el banco quiere, se puede quedar con el mando a distancia. Estoy perdido, como al director del banco le guste Matrimoniadas o Noche de Fiesta, me las tendré que tragar. Aunque, para fastidiar al banco, he decidido no cambiar de televisión. Me quedo con mi televisor de tubo, adiós a la pantalla plana de cristal líquido. Total, para que la vean los del banco.

El despacho también es del banco. No pongo reparos. Es la habitación de trabajo así que... que trabajen por mí. No pienso dar un palo al agua como dice el refranero. Sin embargo, ahora que lo pienso, tengo que ver qué hago con el hámster (mi querido Camarón) porque duerme con su jaula en el despacho. Tengo la opción de traerlo a mi habitación, no voy a dejar que la caja de ahorros se quede con mi mascota, sólo por el mero hecho de que me queden por pagar tres cuartas partes de la hipoteca.
No obstante, si se viene el hámster a mi habitación, con lo pesado que se pone por la noche, con las vueltas y vueltas que da en su rueda, los rascados en la tierra que cubre el suelo de su jaula y los mordiscos a los barrotes, no voy a dormir nada. Que se quede el banco con el hámster, que no duerman ellos. Yo quiero tener la pierna suelta por la noche.

1 comentario:

  1. Al ratón le faltan unas clases de canto para que te alegre un poco el trabajo y los temas te fluyan como agua cantarina entre rocas de montañas mas o menos nevadas

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