sábado, 18 de julio de 2009

El telesilla del amor

Ayer volví a darme cuenta de que me vuelvo mayor. Siempre me ha encantado el telesilla. Que emoción. Subir una montaña sentado con los pies colgando y ver el paisaje con plena comodidad. Y por cierto, a una altura considerable. Ahora es distinto. Fuimos a la estación de ski de Cerler y subimos, sin coña, en el “telesilla del amor”.

Sí, era cómodo y con unas vistas impresionantes. Pero, no se como explicarlo. Cuando miré a las sillas “voladoras” que iban por delante me dí cuenta de que estaban sentados a una gran altura. No dije que estuviera temblando, pero me agarré, como quien no quiere la cosa, de la barra metálica que hacía el papel de reposabrazos. Y de hacer fotos... ja.

Ya me pasó algo similar cuando, hace un par de años, subí a la torre de la catedral gótica de Amiens. Era una maravilla ver la ciudad y la propia catedral desde allí pero también pensé entonces “¿qué hago aquí?”. Y no estaba sólo, las típicas gárgolas con formas de monstruos y demonios parecían mirarme.

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