Este pasado fin de semana ví en televisión la película "Alvin y las ardillas". Particularmente no me gustó demasiado, aunque para gustos colores. La película narra las peripecias de tres ardillas que hablan, cantan y bailan. Unas auténticas artistas que logran cautivar al público. De hecho, llegan a hacer conciertos en directo y, en el culmen del éxito, un supuesto manager trata de hacerse rico con el espectáculo.
La historia me hizo recordar uno de esos viejos dibujos animados de la Warner Bros, en la que un hombre encontraba una rana que, al igual que Alvin, también era una auténtica artista. Cantaba, bailaba, derrochaba simpatía con unos ojazos comparables a los de actores como Gene Kelly. Pero al contrario que con Alvin, que atraía al público con sus actuaciones, la magia de la rana sólo podía ser contemplada por el hombre que la había encontrado. Así, cuando el protagonista lleva a la rana a un representante, el simpático anfibio se comportaba como un verdadero anfibio y sólo sabía decir "cro, cro, cro". En cuanto salía el hombre de la oficina del representante, la rana volvía a cantar y cantar. Y así una vez tras otra. Sucedía lo mismo con todos los personajes del mundo del espectáculo. "Cro, cro, cro....", era lo único que decía la rana con unos tristes y apagados ojos. Al final, el hombre acaba siendo pobre (todos creen que está loco) y, si no recuerdo mal, viviendo de bajo de un puente. Aunque con el maravilloso espectáculo de la rana.
Mi hámster, mi querido Camarón, de momento, ni canta ni baila. Sólo come, duerme, roe los barrotes, rasca la tierra de la jaula y da vueltas en su rueda, entre otras actividades. Menos mal. Por lo menos no acabaré viviendo debajo de un puente por su culpa. Y menudo susto si un día me dirige la palabra. Imaginad que me dice, "Santi, estas pipas están malísimas, cómetelas tu"...
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